Una vez más he de lamentar la inconsistencia de las notas mentales en las que seguro me disponía a escribir algo más interesante, tomadas en el transporte público, en los minutos fugaces que conducen a las puertas del Hotel Overbook, o en los gélidos pasillos del supermercado, tras un encuentro casual con uno de los ojerosos zombies del consumismo que por allí deambulan y que acaba por transformarse en una ex compañera de aquel módulo inacabado que te hace recordar otros estíos que en nada se parecían a este híbrido de invierno solapado y campo de concentración, un verano en Siberia con la Stalinova y sus fieles esbirros.
Como Thom Yorke en el videoclip de su desgarrado Karma Police, una y otra vez se repite esa misma situación: en el coche de otros, en el silencio tapado por músicas que la mayoría de las veces no te agradan, pensando que cuando tengas tu propio coche pondrás canciones con las que tenga sentido conducir, te sientes perdida en medio de una oscura carretera comarcal que no va a ninguna parte, aunque al final llegues a un bar en el que atronadores himnos del momento siguen ocultando la ausencia de comunicación, más que nada. Otra vez te traiciona esa manía de ponerte trascendente en medio del aturdimiento ajeno e ir dejando poco a poco de bailar
Normalmente mis sábados más lúgubres solían consistir en esa clase de inadvertido debate interior mientras sujetaba el martini o bailey´s , pero ahora ya ni eso: mi amiga retropepera del pueblo y yo nos hallamos desorientadas tras dos o tres sábados seguidos llevábamos dos meses sin salir, por circunstancias diversas- en los que hemos notado la inquietante falta de los tardoveinteañeros que nos separaban piadosamente del brutal contraste con adolescentes minifalderas: tanto fue así que uno de veinticinco se atrevió a espetarle a mi pobre compañera de fatigas que si ya debía tener sus niños, así sin anestesia ni nada, algo a lo que ella reaccionó autojustificándose de manera bochornosa, al convertir sus treinta y tres en veintiocho de boquilla entonces no dudé en airear orgullosamente mis veintinueve y le pregunté la edad al insurrecto, un argentino que se desinfló al ver que iba en serio y que lo iba a tirar al canal de los lagos artificiales por cabrón, a ver si era capaz de bucear hasta Buenos Aires, el que es joven, no sin antes atreverse a decir que era raro que no estuviese casada, siendo tan guapa, cuando vió que le respondía con insolencia y modos casi macarriles, que aquí no me casa ni el Anticristo. Luego salió medio corriendo, no fuera que les pudiésemos a él y sus dos amigos, todos salidos de algún futbolín perdido en la Pampa.
Lo malo fue que ella sí se deprimió, puesto que se había pasado media velada diciendo que pensaba que debería retirarse de la marcha, para mi gran sorpresa y se lo tomó fatal: luego decía que si eran feos, que ella estaba muy orgullosa de ser de su edad y el sábado siguiente se empeñaba en permanecer en pubs que han sido tomados por nuevas generaciones, de las que nos separa ya alguna década o incluso una más un lustro, la evidencia se hizo casi palpable cuando en las pantallas apareció nada menos que Rick Astley cantando Never gonna give you up, algo que me remontó a un viaje de estudios de octavo, allá por el Precámbrico y me hizo apercibir de que una de las pocas personas que no estaba en una cuna en los ochenta presentes allí era yo, la momia que no iba uniformada con taconazos de charol, minifalda de volantes y top de floripondios, más que nada porque en mis tiempos ya no me molaba.
Eso sí, como vuelvan Stock, Aitken and Waterman, me retiro a un monasterio.
Hablando en serio, creo que esto ya no hay quién lo aguante y me parece normal que la gente de mi generación ande algo cansada de hacer el tonto por ahí, que apetece más sentarse a charlar de lo que sea con la música de fondo, y no de pantalla, antes de verse invadidos cada vez con más frecuencia por el hastío característico del que ha vivido mil noches sin objeto y ya no es como antes, ya no tiene sentido ni se divierte uno ni nada. El problema más grave de mi entorno es que en él no existen alternativas de ocio en las que se pueda socializar algo sin caer en lo que es la marcha más tópica, en el peor sentido del concepto. Si algunas personas no siguieran pensando que nos lo estamos pasando bien a pesar de todo y que el hablar es para las tardes de días laborables o algo así