September 6, 2004

CLARO, VERDE, BILINGÜE

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Aviat va arribar el fill de la senyora Ferguson. Per la edat que tenia era alt: cosa de metre vuitanta y amb músculs com si treballés al port. No s’assemblava de res a sa mare. No era tan sols el color fosc; tenia ben definits els trets, i tenia una estructura òssia ben precisa: son pare devia ser un home ben plantat. I, a diferència de la senyora Ferguson, els seus ulls maragda no eren toixos guixots de tebeo, sinó ametllats i mesquins, eren armes, bales que apuntaven amenaçadorament, a punt d’explotar. No gaire anys més tard, no em va sorprendre gens quan vaig sentir a dir que havia comès un assassinat doble, a Houston, i que havia mort a la cadira elèctrica, a la presó estatal de Texas.

Feia goig, vestit com els impetuosos pinxos adults que es passaven el temps gandulejant pels antres de la zona del port: barret de palla, sabates de dos colors, un estret vestit blanc de lli, llantiat , que algun home molt més prim li devia haver donat. Un cigar impressionant li sobressortia de la butxaca del mocador, un Havana Castle Morro, un cigar per entesos que els senyors del Garden District servien junt amb l’absenta i el gerd de sobretaula. Skeeter Ferguson va encendre el cigar amb la espectacularitat d’un gàngster de pel.lícula, va fer un impecable anell de fum, me’l va bufar a la cara i va dir:

-Vinc a buscarte.

*“Música per cameleons” , Enlluernament, Truman Capote, en no menys enlluernadora traducció de Quim Monzó, d’ aquell inolvidable volum groc llimona de Quaderns Crema que malauradament, ja no es troba a la biblioteca del poble.

Pronto llegó el hijo de la señora Ferguson. Era alto para su edad, cerca de un metro ochenta, y tan musculoso como un descargador de muelle. No se parecía a su madre en absoluto. No era sólo por su color oscuro; tenía los rasgos finamente dibujados y un físico bien proporcionado: su padre debió ser un hombre guapo. Y, a diferencia de la señora Ferguson, sus ojos de color esmeralda no eran como inexpresivos globos de tebeo, sino estrechos y mezquinos, armas, balas amenazadoramente apuntadas y prestas a estallar. No me sorprendí cuando, no muchos años después, oí que había cometido un doble asesinato en Houston y que había muerto en la silla eléctrica del penal del estado de Tejas.

Estaba elegante, vestido como los impetuosos rufianes adultos que haraganeaban por los locales de la zona portuaria: sombrero jipijapa, zapatos de dos tonos, un estrecho traje blanco de lino, con manchas, que debía de haberle regalado un hombre más delgado que él. Un cigarro impresionante sobresalía del bolsillo superior de su chaqueta: un Havana Castle Morro, el puro del connoisseur que se servía a los caballeros del Garden District con el ajenjo y la frambuesa de después de la cena. Skeeter Ferguson encendió su puro con la teatralidad de un gángster de película, realizó un impecable anillo de humo y, lanzándomelo directamente a la cara, dijo:

-He venido a buscarte.

“Música para camaleones”, Deslumbramiento, Truman Capote, en una no tan deslumbrante traducción de Benito Gómez Ibáñez, cortesía del Círculo de Masones Bibliófilos.

La primera traducción es la que queda: confieso que siento que poseo más ese primer volumen poderosamente amarillo de “Quaderns Crema” en cuya portada se dibujaba la curvilínea silueta del hombre de Michelin, que no el que realmente se halla en mi bilioteca, que ni de lejos he releído hasta el punto de que forme parte de mí y la evocación de sus pasajes sea casi como un proceso corporal más. Comparando estas dos descripciones, aún en los dos idiomas distintos que comparten mi mente, comprendo aquello que leí tantas veces sobre que si una traslación es literal, no será bella y si lo es , puede que no sea tan leal al autor como cabría esperar.

Decía Capote en el prefacio de este libro de relatos que cuando escribía sentía que lo iluminaba un sol invisible, pero también que cuando te entregan un don, también te entregan un látigo…si fuera por ese astro inadvertido, yo estaría negra hasta en diciembre, pero aún no he llegado a la parte sadomasoquista, no sé si porque creo saber que no soy sino una más del menguante número de personas que redactan más o menos bien, o porque no quiero saber si soy o no capaz de dar el paso desde la marcada afición, casi necesidad perentoria, hasta el control y la disciplina, a la oportunidad de crear mundos y personajes, a convertirse en un genuino cuentacuentos.

Mientras tanto continuo leyendo, aunque mucho menos que en épocas anteriores de mi vida, más ociosas y solitarias, si bien el entregar parte de mi tiempo a la maquinaria capitalista ha revertido en la progresiva adquisición de una creciente biblioteca personal, en la que este autor es uno de los más representados: aparte de la música para los bichejos caleidoscópicos, no dudé en comprarme la imprescindible “Desayuno en Tiffany’s”, la singular “El arpa de hierba”, o la colosal “A sangre fría” , pero como estos relatos nada. El señor Jones y sus ojos brillantes y azules como los de un pavo real, el saber que a los martinis les llaman balas de plata –Truman, la culpa es tuya, no de la publicidad-, la anciana que era inteligente porque leía a Mark Twain y tenía unas peculiares provisiones en su congelador, la apasionante intriga de los ataúdes tallados a mano, una asistenta diciéndonos que recemos por todas las almas perdidas en la oscuridad o los jardines ocultos de Nueva Orleans que veré algún día antes de morir.

Y maravilla entre maravillas, “Deslumbramiento”, el relato de una infancia con final sorpresa del que procede esta descripción: creo que pocos viajes iniciáticos me han fascinado de este modo, cosas como la complejidad y la extensión de un sentimiento de culpa, asemejadas a las facetas de la gema falsa robada que alimenta esa culpabilidad, una comparación que bien podría ser objeto de una metáfora a su vez, presentándola como una de las facetas que conforman este diamante pulido cuyo sólo tallaje casi enamora, toda una vida deseando saber qué clase de ojos eran esos del impetuoso chulo que viene a turbar al trasunto del pequeño Capote, que sólo podían existir en la ficción.

Hace unos meses, sin casi advertirlo, Skeeter Ferguson vino a buscarme: no fuma, no lleva un traje blanco de lino y sombrero panamá, pero sí tiene una mirada que amenaza con traspasarte y dejarte suspendida entre el verde y el azul, ahora sé que significa estar a punto de estallar. Tardó meses en hacerlo, hizo varios viajes hasta que se fue llevando toda la María Francisca enterita a esos jardines en los que nos demoramos tan felizmente.

Desde ese rapto lento e inexorable, todas las horas llevan un fondo de incertidumbre y la espera de algo mejor se ha convertido en mi estado habitual; si antes tenía media en otro lado, ahora la única diferencia es que sé exactamente dónde se me va la cabeza, la granuja tiene un abono para ese lugar en el que siempre es abril, y no existen las despedidas ni la melancolía, quizá solo la justa porque es lo bonito.

Allí también existen espesuras de realidad cuyas frondas apenas aciertan a traspasar los rayos del sol invisible, y a veces eso hace que perdamos de vista el camino a seguir, pero has de saber, querido Isabelo Ferguson, que no dudaré en venir a buscarte si eso sucede, porque yo sólo quiero esperar contigo.

Posted by xisca at September 6, 2004 9:51 AM
Comments

Como dirian en friends " Hey. Its a ugly naked guy "

JOJOJO

Posted by: Sgto. Abazathlonado on September 7, 2004 11:35 PM
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