Uno de los sueños prohibidos de cualquier persona mediterránea consiste en unas Navidades Blancas como las de la famosa canción de Bing Crosby, con copos de nieve cayendo suavemente como en las películas, hasta producir una capa lo suficientemente espesa como para comprar un trineo y lanzarse cuesta abajo. Nunca pensamos qué haríamos si realmente nos nevase medio metro o así en el pueblo y nos quedáramos incomunicados o si podríamos soportar temperaturas terribles a las que no estamos acostumbrados.
Pero hoy no nos interesa hablar de eso, sino del insólito espectáculo que constituye cada una de las breves y reales nevadas que se han sucedido y se suceden aquí cada cuarenta años, más o menos. Por tanto, no me estoy refiriendo al hecho de que las cumbres de las montañas queden ligeramente blanqueadas y ya está; las calles, las casas y las palmeras deben quedar igual, y a poder ser, en cantidad. Una palmera cubierta de nieve es una imagen casi surreal, aún recuerdo la única que he visto nunca, en mi propio jardín, convertido en una postal: un paisaje desconocido contemplado por una carita de diez años pegada a los vidrios.
Aquella misma tarde había empezado a nevar, y mientras la señorita decía que que era aguanieve, mis compañeros de clase se levantaban para comprobar cómo cuajaba en los tejados. Cuando la maestra lo vió, dejó que se nos viese desfilar en silencio tras las ventanas del laboratorio; por una vez, los otros estuvieron tan callados como lo solía estar yo, que me limitaba a observar desde la Luna de Valencia, como siempre. No era Navidad, pero que más da.
Aparte de este momento mágico, hay otro que puede que lo sea más y es el descubrimiento de otras formas de comunicación que no te obligan a hablar: leer un cuento que has escrito y ver que, por una vez, los demás ríen contigo, que cuelgan tu cuento en el tablero de corcho de la clase. Aunque supieras que la semana siguiente todo seguiría igual, que continuarían los porqué no hablas, o porqué hablas tan poco o todas aquellas preguntas estúpidas sólo hechas para escuchar tu valiosa voz, exótica e inalcanzable como un Edelweiss perdido en una cordillera suiza. Parecía que su único objetivo en esta vida fuese arrancarle cualquier frase, cualquier grito a la niña pálida, silenciosa y triste que sólo leía, a Blancanieves en su ataúd de cristal.
He observado que ahora hay más niños y niñas que no hablan. En la actualidad lo definen como "problemas de comunicación" o "falta de habilidades sociales", pero aún no saben resolver el rompecabezas que les regaló La Dama de las Nieves y que les helará el corazón. Yo tampoco sé acabarlo, pero al menos les entiendo, sé cuánto sufren cuando les entra un pánico indescifrable a la hora de saludar a alguien, cuando se esconden de las visitas, cuando piensan que hoy ha sido un buen día porque no han tenido miedo. Estoy con ellos cuando salen de la escuela y cogen un camino diferente del habitual para no encontrarse con los de siempre, cuando juegan solos en su casa, cuando los de siempre no los dejan entrar en la biblioteca sólo para que lloren y así ellos sentirse mejor: tienen todo el derecho a hacerte eso, ya que ellos son "personas normales" y tú no; de hecho nunca lo serás, pero ellos tampoco.
Gracias al cielo, las personas normales no existen, cómo no hay dos copos de nieve iguales.
En los sueños, la nieve representa la muerte y la soledad, pero también representa la inocencia y la pureza: por eso es un símbolo poético al que se recurre con frecuencia, presente en cientos, miles de poemas, novelas, canciones y películas: la que mejor ilustra el tema del diferente entre iguales mediante este símbolo y otros no es otra que "Eduardo Manostijeras", una película que parece transcurrir en el interior de una de aquellas bolas de vidrio que se agitan en todas direcciones a fin de que la falsa nieve caiga sobre un diminuto paisaje de plástico, uno que el pobre Eduardo jamás podrá olvidar después de comprobar que sus habitantes están hechos del mismo material.
En esta sublime y redonda obra de Tim Burton, Kim, el personaje interpretado por Winona Ryder, tiene toda una colección de bolitas de vidrio en su habitación, ya que vive en una imitación de la frívola California en la que jamás nieva. En una de las escenas más bellas de la historia del cine, Kim baila mientras copos falsos de hielo caen sobre ella, producidos por el amable Frankenstein que vive en un castillo recortando fotografías de las revistas, reflejos engañosos de un mundo al que ansía pertenecer...es este un genuino cuento de hadas, que recomiendo fervientemente a todas aquellas personas que no sean "normales".
Este es el artículo del que os hablé hace algún tiempo, fue uno de los muchos que escribí para mi página mensual en la revista de mi ciudad, durante unos tres o cuatro años: éste data de Diciembre de 1999, nada menos. No ha nevado mucho desde entonces, me temo.
Por mil cartas que enviara, por cien diarios que llevara o por diez weblogs que hiciera, siempre llegaría el momento de explicar esta historia, la neura primordial, el trauma primero que desencadena todos los demás ayudado por un puñadito de factores nada halagüeños: un colegio de ricos, una familia pobre, una niña sobreprotegida y sobrecargada de hermanitos menores, unas mentes mezquinas y cerradas a cal y canto, y unos compañeros influenciables y bastante cerriles en su mayoría, todo ello aliñado con un poco de mala suerte.
Desde el principio encontré un refugio en la expresión no verbal: antes de aprender a redactar con cierta soltura, solía pasar muchas tardes dibujando y coloreando, pero tras la decisiva llegada a mi clase de una niña belga que dibujaba maravillosamente y por lo que pasé una crisis de envidia que acabó por trocarse en admiración -al final aprendí a dibujar los árboles como ella- y al descubrir un curso más tarde, que en efecto, se me daba mucho mejor escribir, lo fui dejando hasta que aquellas grandes cajas de rotuladores y ceras que me pasaba el día ordenando según el espectro de colores del arco iris fueron sólo un recuerdo.
En la adolescencia las cosas se irían arreglando: al llegar a octavo me había convertido en una especie de niña salvaje de Truffaut, no sabía que querían de mí los niños y debería decir que ni siquiera me interesaba, seguía jugando con mis juguetes, leyendo infinidad de libros y viviendo prácticamente al otro lado del Espejo...solía ir en pandillas de niños más pequeños, pero pronto me rechazaron , así que volví a quedarme sola. De todas las tonterías que me ocurrieron por aquella época recuerdo especialmente una que nunca he olvidado: una noche de Reyes, tendría yo once o doce años, y para mi sorpresa y mi recelo, dijeron mi nombre por los altavoces. Mientras me dirigía al escenario para que aquella alegre duendecilla adolescente me diese el regalo, iba muy seria, temiendo que hubiese gato encerrado: en efecto, al abrir el regalo, este resultó ser una gran piedra. Nunca olvidaré la cara de la pobre chica, lo roja que se puso...lo único que hice fue dar media vuelta, bajar de la pantomima y largarme a casa, sin una lágrima, sin una reacción.
Tengo más como esa, pero la memoria es piadosa y sólo me ha dejado algunas.
Visto el panorama, a los catorce años mi madre resolvió llevarme a un internado de chicas, -previa preparación del terreno en algunos campamentos de verano en los que por primera vez llegué a hacer amigas, libre de mi papel, en un lugar desconocido- en vistas a evitarme posibles daños físicos o psíquicos infligidos por compañeros de instituto poco comprensivos: craso error, pues me metió en un colegio de ricas.
Además las otras internas eran de mi ciudad, y aunque hice amigas de la capital y de otros pueblos, ellas se encargaron de hacerme la vida imposible acomplejándome aún más con sus salidas y sus novios, esas cosas que yo y las otras dos marimachos frikis de pueblos del interior que eran mis amigas nunca tendríamos...nos consolábamos de tamaña falta de perspectivas vitales intentando resolver el asesinato de Laura Palmer antes que el agente Cooper y buscando gorras del FBI en una tienda militar :P
Así empezó todo, con el Sheriff Truman quitando el plástico...lamentablemente, una aparente crisis de identidad a los dieciséis, que me hizo empezar a contestar a los profesores y suspender siete de una tacada me mandó a un instituto de otra ciudad. Nunca volví a ver a las mejores amigas que he tenido nunca, pero fue increíble, no sólo los tíos resultaron ser personas que te hablaban y todo, sino que mis frikismos fueron tan bien vistos que me quedé allí unos cuántos años de más gracias a mi acostumbrada indolencia académica y a la cercanía de un estanco surtido de revistas de cine y un bar en el que cabía segundo de B.U.P entero en el baño. Creo que el de Historia aún los busca :P
En esos años de adolescencia no salía, llevaba vida de friki monacal y no solía ir más allá de la biblioteca, ni era especialmente coqueta, solía ir un poco chico con greñas, no teníamos dinero y mi ropa seguía siendo heredada de mis primos ricos en su mayoría: yo me inventaba mis conjuntos y siempre acababa en plan dandy pordiosero, un estilo que siempre le sentó mejor a mi hermana que a mí.
Entonces seguía con la manía de callar, escuchar y observar, mis compañeros sabían de mis ideas por ser expuestas en alguna que otra redacción y en las pseudo-críticas de cine que escribía para la revista del instituto. Por entonces ya nadie me molestaba, excepto La Psicópata; una tía que llamaba cada sábado a mi casa para decirme cosas que me hicieran sentir mal, como no eres enrollada porque no sales, no tienes amigas etc., no sé muy bien por qué, ni para qué. Se pasó tres años así la tía. Ni idea, vamos.
En mi segundo y último COU llegaron Las Pijas Rematadas, de las que fui "amiga" hasta mi abandono total de Magisterio de Lengua Extranjera, esa carrera que no me interesaba y que nunca debí empezar: digamos que llegó un momento en el que vieron claro que jamás iba a ser como ellas -Grandes Frases para la Historia: "Sólo los chicos tienen colecciones de discos"- y empezaron a putearme para que me fuese de su selecto grupo de Malas Zorras Casaderas Inc., llegando las cosas a su punto álgido cierta noche de noviembre de 1997. Necesitaría un post entero para la noche en la que me di cuenta de que aquello era una farsa y que no creía en su modo de vida.
Justo después de eso conocí al jovencísimo y muy catalanista director de dos revistas locales, la de mi pueblo y el suyo, y nos pusimos manos a la obra. Mientras estudiaba, una vez más, algo que realmente no me interesaba y para lo que encima no servía, si bien era con fines prácticos en exclusiva, y obedeciendo a esos mismos propósitos de enmienda de la Doña Quijota de la casa, me buscaba un infernal trabajillo en un souvenir, empecé a publicar toda clase de artículos. Tenía carta blanca gracias a su presencia, aún recordando que este artículo hizo que él y uno de los fotógrafos de la revista me sentaran en un café y me riñeran por presentarme como víctima, que eso no debía hacerlo. Quizá haya hecho eso a veces, pero nunca fue una intención consciente, cuando escribí ese artículo pretendía que ellos supieran que me habían hecho daño, y que habían incidido muy negativamente en la formación de mi personalidad, en los años cruciales de esa formación, para más inri.
Probablemente, llevo demasiado tiempo deseando una explicación, que algunas personas reconozcan sus errores, incluso alguna que otra disculpa, tanto como para saber que nunca se atreverán, que nunca reconocerán que estuvo mal o que se equivocaron tratándome así, que no me lo merecía. Que alguien debió darse cuenta de que algo me ocurría y que no debieron dejarme a merced del tiempo y del Dios dirá.
Desde que tengo un trabajo y me relaciono normalmente con algunas personas socialmente más o menos aceptadas, ese cada vez menos numeroso y menos poderoso grupo de pijos de pueblo que nos despreciaban a mí y a mi familia ha tenido que aceptar que les guste o no, yo también pertenezco a esa sociedad que ellos creen liderar...si supieran que son el grupo más denostado y despreciado por el resto. Siempre han sido unos imbéciles clasistas y el tiempo acabará por armarles una American Beauty a más de uno.
El disponer de mi propio dinero y de cierta independencia me ha abierto muchas puertas en pocos años: casi todas han sido finalmente descerrajadas gracias a esta ventana al mundo que es el inet , descubierta hace infinitas tardes en un cybercafé y que es todo lo que siempre soñé, esa película y esa novela que nunca se acaban, ese Cheer's where everybody knows your name...hasta he cruzado un par de veces el Espejo y me he encontrado con que los Sombrereros Locos que siempre me gustaron existen.
El problema es que siempre vuelvo a encontrarme con inquietantes retazos de ese oscuro pasado solitario del que a veces temo el regreso definitivo: por ejemplo, el escribir artículos así tiene una clara desventaja. Que otro raro del pueblo, mucho más raro que tú y que encima es gilipollas y te cae francamente mal de siempre, se siga creyendo que tú eres igualita que la que escribió ese artículo hace años y te incordie a la mínima, por ejemplo, un día que saliste sola, hace poco, exigiéndote groseramente que poses desnuda para él en una exposición de esos cuadros que no sabe pintar -nadie se atreve a decirle la verdad porque pobrecito, ya sabéis lo que le ocurrió de pequeño, las chicas no lo quieren etc.- y que tú alarmada por su insistencia y sus muchos cubatas, y por tu propia rabia sorda, te largues dejándolo con la palabra en la boca.
El caso es que este tío me hace sentir como si no tuviera más opciones que él, por mi presunta rareza, como si eso fuera lo que pensara con esa repelente sonrisa de autosuficiencia, que no me vas a decir que NO porque tú eres la novia de Frankenstein, es tu sitio...probablemente, muy probablemente, esto último sea una paranoia navideña de las gordas, y esté muy lejos de lo que el piensa. De hecho, hay más de un listo que me viene los sábados por la noche en plan "Ah me gustaban mucho tus artículos", cuando yo sé perfectamente que lo único que se lee es el Marca y los artículos de la Playboy.
Lo que me asombra es que por primera vez sé que no me merezco a alguien así, a un cabrón que vive del cuento de que se quemó parcialmente cuando era pequeño, que dice no poder trabajar -pero puede salir y divertirse y viajar- y se cree un artista pintando pretendidamente como Van Gogh y al que sus padres siguen protegiendo y enviando a un psicólogo que o no se entera o se entera demasiado.
Yo soy mejor que todo eso, y pienso seguir siéndolo. Y si soy malvada y cruel por tenerle asco a un tipo que lo da, también tengo todo el derecho de serlo.
A hacer puñetas. O esta ciudad necesita un enema o yo necesito un billete de avión...
¡¡¡ Las dos !!!
Eso sí, no te confundas. Que a la ciudad no le puede hacer mucho daño un billete de avión, pero imaginate...
La CIA debió pensar lo mismo, cuando, en siguiendo a Hatta, se dirían ¿qué va a hacer con un billete de avión?
¡¡Ánimo, Xisca, y deja grabadas algunas excentricidades milenaristas en la caja negra!! (JOJOJO)
Ya en serio, muy bueno tu post. Sobre la segunda parte, ya sabes lo que pienso; no es ser cruel, joder, es tener autoestima.
Da un poco de vértigo reencontrarse con la Xisca 1999, que no sé si, hoy por hoy, dedicaría sus esfuerzos a luchar contra la proterva logia negra, o contra esta nueva Xiscally abducida (JOJOJO)...
Posted by: Isabelo on December 19, 2003 4:48 PM