Uno de los trífidos, concretamente la otra Carmen de España, firmando autógrafos a dos o tres de los incautos cegados por la caspa diariamente lanzada por ciertos marcianos bastante identificados
A continuación, un avance en flash-forward de otro viaje más, correspondiente al penúltimo día del Departamento Socialista de Fenómenos Paranormales, de vacaciones por asuntos propios y a imitación de tía Jessica Fletcher por supuesto, nosotros también somos sobrinos suyos- aprovechando para investigar una veta casual que surgió debido a una sugerente concatenación de visiones de famosillos españoles de variada ralea, en un goteo progresivo que empezara el domingo anterior con el avistamiento de un solitario Montxo Armendáriz en una imitación de taberna vasca muy lograda, aunque un poco cara, más la fugaz visión del Paco de Paco y Veva caminando apresuradamente por la acera.
Nos levantamos tarde, tras un merecido descanso y repetimos en un italiano de grato recuerdo en el que de repente, se nos aparece Fran Perea saliendo de una de las salas del restaurante, acompañado de un chico rubio con gafas provocando comentarios como Qué bajito es, Yo soy más guapo y Qué pantalones más feos: a riesgo de que alguna me cite al amanecer para elegir padrinos, he de mostrarme de acuerdo con el segundo ejemplo y la persona que afirmó tal cosa, y más cuando volvió a pasar porque se habría dejado algo, así que tuve ocasión de observarlo al detalle; pensé que tres o cuatro enloquecidas fans se estarían tirando de los pelos, disputándose la funda de la guitarra del chaval o su bolso, pero en aquel momento no había cúmulos de hormonas disponibles dispuestas a dar el espectáculo. Quizá si hubiera pasado Alejo Sauras
Luego anduvimos lánguidamente por la ciudad, acudimos a un cibercafé como los adictos que somos, a mirar el juego de fútbol y a rematar cierta discusión literaria iniciada días antes en mi foro de cine, sobre si Carmen Martín Gaite era una de las mejores escritoras en lengua española o si se trataba de una apreciación personal algo exagerada: por supuesto, empecé yo porque el promotor de la superioridad indiscutible de la escritora sobre todas las otras se atrevió a igualar a la Grandes, en su supuesta calidad de engendro, a nada menos que a la Etxe. A todo esto, ya nos podríamos encontrar algún literato, en vez de tanto actorcillo televisivo, por no hablar de lo espeluznantemente revelador que es ver como el único al que tratan como a una diva es a Carmen de Mairena, suceso del que incluimos una prueba subrepticiamente tomada por la cámara implacable de Isabelo.
A medida que fue anocheciendo, nos apercibimos de que en la Gran Vía se preparaba el estreno de lo nuevo de Santiago Segura, una prometedora farsa sobre pijos trasnochados, y vimos al Puigcorbé sacando dinero de un cajero en compañía de una joven, bastante más que él, por decir algo. Antes ya habíamos visto una larga cola frente a Madrid Rock, en la que numerosos de sus componentes llevaban un cedé de Marlango en la mano. La perspectiva de ver a Leonor Watling en persona nos pareció interesante a ambos, si bien sospecho que nuestros motivos divergirían en algún punto relacionado con su aspecto exterior: pero sí, era tan guapa como en la tele, y pese a que no podría asegurarlo con certeza, no llevaba ni un potingue en la cara.
Sin embargo, no sabía la que se me venía encima. Tras pasar desapercibidos mirando las estanterías tanto en el primero como en el segundo piso como quién no quiere la cosa, atentos a dónde sería la inminente presentación del nuevo trabajo del grupo -él preguntando socarronamente desde cuando me gusta el metal, yo explicándole quién es Peggy Lee- y con cierto remordimiento interior por no poder perdonarme del todo esa irresistible atracción por la celebridad, un infantilismo injustificable más y un rasgo de pertenencia a esta sociedad materialista no del todo asumido por mis suicidas pretensiones de honestidad total, al fin y al cabo.
Justo cuando acabamos de asomarnos por encima del grupo de admiradores allí congregados, viene hacia nosotros un tipo alto con pinta de modernillo, y se presenta diciéndome a ver si quiero pedir un vídeo, que necesitaban a alguien
mientras me devanaba los sesos buscando alguna manera de negarme sin encontrarla y un videoclip del panorama actual que no me causara algo entre la indiferencia y el horror, el metalero de mi acompañante le soltaba al temible calvo de Rockola 40 que podía pedir uno de unos tales Brujería, provocándole una cierta sonrisilla combinada con un Qué gracioso mascullado entre dientes que venía a significar que a él no le iban a dejar pedir un vídeo ni en vidas posteriores. De los fieles servidores de las discográficas partió la idea de que daba igual si no sabía ni quiénes eran, o que no los hubiese escuchado en la vida, que pidiese Lo último de Marlango y entonces, sin comerlo ni beberlo, el calvo me dijo ¿Estás lista? y sin darme tiempo ni a contestar, me deslumbró un potente foco, tras el que apenas se veía la cámara, y empezó a acribillarme a preguntas tales cómo:
-¿Qué te parece Marlango?
-Pues están bien, sobresalen por encima de la media
-No llevas el disco, ¿qué te van a firmar entonces, la bufanda?
-Eh bueno, lo compraré otro día, sólo he venido a verlos.
-Bueno, ¿y qué vídeo quieres ver?
-Pues lo último de Marlango, por supuesto.
Entonces se acabó el show y el calvo cabrón me dio un par de palmaditas en la espalda, mientras me daba las gracias y me decía Has estado cortadita, eh y yo respondía Es que lo soy , riendo sin demasiadas ganas. Esto me pasa por venderme a la industria obedeciendo al natural anhelo de perpetuar el legado de mis ancestros, ya lo decía el anciano pirata filósofo del barco que Astérix y Obélix hundían álbum sí y álbum también, vanitas vanitatum et omnia vanitas. La fama costará sudores varios, pero valer, vale poco.
Ni que decir que uno que yo me sé se estuvo descojonando hasta la hora de cenar, advirtiéndome de lo que podía significar para mi hipotético prestigio literario futuro el que existiera una filmación de mi persona mintiendo como una bellaca sobre el presunto conocimiento de un grupo de culto prefabricado, sólo por haber cedido a la mundana tentación de salir en la tele, cosa que no ocurriría debido a que no di demasiado juego, aunque a mí me intrigaba más que me hubiesen elegido, con lo afotogénica y lo vieja que soy: según el señor, era porque todos los demás habían huido prestamente. *Ouch*
Cómo concluyó el Capitán, seguramente elegirían al típico gordito que había venido en exclusiva a ver cómo estaba Leonor de cerca, acusándole precisamente de eso para sacarle los colores y filmarlo.
El pago de la deuda kármica contraída por mi rojo no se haría esperar, pues protagonizaría un cómico episodio en el restaurante gallego en el que recalamos: tras los montaditos, los mejillones y los calamares, se vino a nuestra mesa el solícito dueño con una botella helada cuyas formas me resultaban familiares y que contenía un resplandeciente líquido entre el verde y el amarillo, sirviéndonos un chupito a cada uno: al bebérmelo yo de un golpe bien es verdad que sentí una ligera quemazón interior- , Isabelo exclamó ¡¡ Pero qué haces, insensata, qué es Cardhu!!
entonces volvió el señor, y mirando burlón su vasito medio lleno, le dijo vaya, ¿te ha ganado? y me preguntó si quería otra, ofrecimiento que yo decliné, no fuésemos a terminar al borde del abismo en absurda competición etílica. Al parecer se trataba de un whisky de hierbas, si no recuerdo mal, de ahí lo peculiar de su coloración.
Finalizada la intensa jornada, regresamos a nuestro hotel, dispuestos a disfrutar del poco tiempo que nos restaba en los Madriles, el cuál y el que le precedió serán expuestos en forma de crónica en un próximo post.
¡Queremos esa crónica, queremos esa crónica!
Por cierto, ¿cómo hacéis los turistas para ver a todos los famosos que los que vivimos aqui no logramos ver?