November 10, 2003

CENA A CIEGAS

Primero tuve que decirles a mis amodorrados progenitores que me iba a cenar con una amiga en vez de con un amigo...no se me da bien mentir, sólo llego a frases sueltas y a callarme algunas cosas, configurando lo que son mis relatos selectivos de siempre. Esta vez el desafío sería mayor, ya que tendría que inventarme todas las respuestas y luego procurar recordarlas, en caso de que me preguntaran luego, cosa que he conseguido que no suceda.

Habíamos quedado a las nueve en punto, en la carretera: justo cuando la espera parecía tensarse, apareció un coche blanco que parecía buscar aparcamiento...me acerqué y al verlo, lo reconocí al instante: el gafitas pensativo de hacía dos sábados. Cuando me senté a su lado me di cuenta de que tenía unos ojos negros de mirada fría y severa, quizá por eso los recordaba como claros y azules, que es el color de ojos que me viene por defecto en la memoria, según errores cometidos con anterioridad.

Sin embargo, esta pequeña equivocación me hizo gracia, ya que por lo demás era tal como lo recordaba; tenía unas facciones angulosas pero agradables, el pelo corto y castaño claro y esa clase de mirada brillante y oscura tras unas gafas sin montura que me recordaba a otras que me habían apasionado en otros tiempos, no tan lejanos tampoco. En cuánto al resto, era ciertamente pequeño más o menos de mi altura, pero sólido y me atreveré a decir que bellamente construido...:P

Naturalmente, nos sentíamos incómodos, pero la violencia de la situación se fue apaciguando gracias a que él se puso a hablar precisamente de eso y yo le gasté la broma de que debíamos ir a cenar al puerto, que habría menos cotillas y más oferta. Por el camino no paraba de hacerme preguntas, pero en cuánto decidió a qué restaurante íbamos -en principio su elección no me convencía mucho, puesto que se trataba de un sitio muy conocido en mi ciudad, y caro además- pues me dijo que estábamos un poco cortados todavía, pero que el vino lo arreglaría.

Así que nos sentamos y yo elegí que el color del vino que tiene Asunción iba a ser blanco, si bien luego pedí carne, porque a mí la etiqueta me da igual y el tinto es el que menos me gusta. Él pidió pescado y decidimos pedir unos entrantes para entretenernos.

A partir de ahí, se desarrolló una conversación tan interesante como maliciosa y estimulante en ocasiones, que a veces se interrumpía con algunos silencios, que él aprovechaba para servirme más vino o piropearme de forma sutil, elogiando el colgante y los pendientes a juego que había elegido esa noche, el top que destacaba el verde de mis ojos e incluso señalar los rubores en mi pálido escote provocados por una calefacción demasiado alta.

En cierto momento, me sorprendió preguntándome si iba llamando guapos a todos los tíos a los que daba el móvil, cuestión a la que respondí que aunque llevaba unos martinis, lo que dije era lo que pensaba. A la pregunta de qué pensaba de los hombres dije que con el tiempo había llegado a pensar lo mismo que de las mujeres...si esto último no es mío, no me extrañaría en absoluto. Tengo la sensación de haber leído o escuchado algo parecido en algún sitio.

Sin duda era muy hábil -bueno, tenía 35 años, un dato que me desconcertó, ya que le ponía 27 como mucho- y supongo que todo aquel tira y afloja era para convencerme sabiendo que ya venía convencida, cosa que intentaba demostrar a mi manera, aunque lo más seguro es que se me viese venir, para variar.

Después de tanta charla, nos tomamos unos cafés y partimos hacia otra ciudad, a un café bastante elegante, nada de pubs estruendosos, en el que nos tomamos un martini yo y un vodka con naranja él...cuando salí del baño, sabiendo de antes que ya nos íbamos, nada más ponerme la chaqueta me dió la mano y empezó a acariciarme la palma, yo no la solté...y acabó por no dejarme en mi casa hasta las cuatro.

Ahora la pregunta es si habrá otras cenas, con él o con otros, y cuánto tendré que esperar, y si me devolverán la fe en el amor que efectivamente he perdido, es permanente, es oficial. Otra es si el Fallero Mayor de Cabronia y sus amigos desaparecerán más sábados aparte de éste pasado y otra más, si los pasteles siguen en la cocina, que Gretel aún piensa en ellos...

Posted by xisca at November 10, 2003 8:58 AM
Comments

Yo, borrador, no suelo comentarte cosas, que dice Irene que nunca te comentamos cosas, porque, aparte de que tus posts suelen ser bastante personales como para comentar cosas; mi opinión (los consejos que te doy en el messenger) es mejor que no quede registrada en ningún sitio. Porque si no, pensarían que soy un amoral :P

Posted by: Germán on November 10, 2003 1:52 PM

¿Recuperar la fé en el amor por haberle soltado un número de teléfono a un desconocido?

De repente la teoría de la balanza kármica se me hace hasta asequible...

Posted by: Somófrates on November 10, 2003 3:12 PM


No, no, un momento: no es que espere recuperar mis creencias anteriores sobre el "amor" -es que después del recorrido a velocidad de la luz que he efectuado en los últimos meses, ni la misma palabra me resulta convincente- a cambio de sólo dar un número de móvil al primer pureta de buen ver con aires intelectualoides que me haga tilín, sino que espero recuperarlas gradualmente, si es que eso es posible y deseable, en suma.

Quizá sea demasiado pronto para evaluar los efectos de ciertos descubrimientos, no del todo agradables, pero imagino que necesarios. Si en realidad estoy mejor así, sólo es una cuestión de mala conciencia y principios difuminados.

Quizá sea solo cuestión de reconstruir ciertos conceptos desde una visión más racional, olvidando novelerías y fantasías. O aceptar que soy una aventurera y sencillamente ni quiero comprometerme ni nada, que no lo necesito.

Desde que todo es posible, es todo aún más complicado si cabe...

Posted by: Xisca on November 11, 2003 8:36 AM
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