Sembla que era ahir
Que dins el misteri de lombra florida
Tombats a la molsa
Passàvem les hores millors de la vida
La Relíquia, Joan Alcover
"Yo no sabría decir en qué momento me di cuenta de que seguramente era que estaban muertos, porque es que tenía muchísimo miedo, debido a haber vivido situaciones similares personalmente: cuando era pequeña tenía la obligación de estar todas las tardes en casa de mis abuelos, una mansión que ahora es la biblioteca del pueblo, y cada vez que llegaba, debía armarme de valor para atravesar un inmenso vestíbulo oscuro con la puerta abierta de lo que se denominaba El Cuarto de los Muertos, dónde habían fallecido varios de mis antepasados...ese vestíbulo y esa casa, tal como era entonces, siguen apareciendo en mis sueños.
Por tanto, mi identificación personal con aquellos niños era muy fuerte, aunque no sabía que pensar de la niña, Alakina Mann tiene uno de los rostros infantiles más malévolos que he visto en la vida.
Bueno, todo aquello me resultaba poderosamente familiar, el desván luminoso con muebles por todas partes, los criados, que tanta pena me han dado siempre, el misterio de las fotos antiguas, la luz natural de los días grises o las caras a la luz de las velas -fui al cine justo antes del temporal de viento, y tuve la ocasión de comprobar cuán bella y exacta era la idea que tenía Aguirresarobe del tenebrismo real, después de dos días enteros a oscuras, llenos de ominosos presagios- , y para terminar, esa sesión de espiritismo, con lo que me gustan, la vieja treta de la anciana espeluznantemente cegada de ojos blancos, o la pirueta final, que le da una belleza nueva a la película: es entonces cuando deviene en reflexión sobre los vivos y los muertos, en lo revelador que resulta que los unos aterroricen a los otros tanto como viceversa, que todos somos en algún momento los otros en una casa oscura, en un mundo aparte."
En esta permanente fascinación por nuestro pasado familiar que se da de bruces con el evidente resentimiento hacia esos otros para los que no dejamos de ser nosotros los que vivimos penando en las tinieblas del proletariado, confluyen variados factores: por parte de madre, tenemos a mi abuela, una especie de figura mítica que nació el mismo día que yo, y que en las fotos que no se perdieron para siempre al ingresar la única persona que poseía una gran colección de las mismas en un psiquiátrico, guarda un estremecedor parecido con mi persona, tanto por sus gestos congelados en algún instante de 1927 como por sus rasgos: en realidad, podría decirse que era una de esas falangistas por conveniencia y era muy coqueta y alegre, elegante, una señora de la mejor calidad me dijo una vez un anciano que la había conocido por las calles de mi pueblo
su pretendido enigma cristalizó al nacer mi madre y morir ella de parto a los 39 años. A veces me pregunto casi en serio si yo también moriré a esa edad, si hay algún oscuro destino circular en el que estoy mezclada y he venido a acabar con esta estirpe de mujeres malditas; ni que este pueblo de mala muerte fuera Macondo
Aunque tiene más relación con estas imperdonables tendencias noveleras mías que con la casa, hay otra figura femenina en mi familia que también me interesa: se trata de mi tatarabuela paterna, de la que no tenemos ni un mal daguerrotipo pero si una edición de Genoveva de Brabante de Cristóbal Schmidt, un bestseller original de 1859 que le perteneció, aún lleva su nombre escrito con una de esas asombrosas caligrafías decimonónicas , una muestra de las cuales también se halla presente en su licencia de matrimonio: la señora se casó con un carabinero de 26 años a los 38, y me temo que ese fue el motivo de que tuvieran que irse del pueblo de Segovia en el que vivían. Esa es la clase de pasado que me motiva, sin duda.
La mansión por la que la película de Los Otros se convirtió en toda una experiencia dejó de ser oscura hace más de diez años, cuando unos alemanes le compraron la casa a uno de mis tíos y la transformaron en una biblioteca, nada menos: a veces creo que llenarla de luz y de libros ha acabado con sus sombras es posible que todo empezara esa tarde después del colegio.
Debía ser bastante pequeña, no tendría más de cinco años: estaba en la cocina balanceando las piernas, esperando que sa padrina terminase de hacerme la merienda, cuando sentí que algo tiraba de mí y de repente, me encontré al otro lado de la pared, pero con el suelo del salón cambiado: en vez de ser de piedrecitas grises era el clásico ajedrezado en blanco y negro, y al pie de la escalera, al lado de la puerta del jardín luminoso, había un esqueleto quemando una silla de esas antiguas de bar, mirándome con una gran pena en sus ojos vacíos, si es que una calavera puede tener alguna expresión. Luego me encontré de nuevo en mi sillita, sin saber cómo había llegado hasta allí.
Siempre he guardado esta imagen y la sensación de miedo y tristeza que la acompañó en mi mente, un sentimiento que ha impregnado algunas de mis pesadillas más sonadas, en las que la casa es un escenario recurrente, cuando no aparece disfrazada de otros lugares. He pensado que podría tratarse de una visión, un sueño lúcido o algo imaginado pero sigue sorprendiéndome su impacto en mi memoria y el no haber hallado jamás una explicación racional a la misma, a veces hasta creo que es mejor no saberlo.
A partir de ahí, mi interés por los fenómenos paranormales y los misterios de todo tipo se disparó hasta constituir uno de mis temas favoritos, especialmente si se trataba de alguna casa encantada: es algo irresistible para mí, y en esa casa no me faltaron pasadizos secretos o estanterías giratorias por las que suspirar. Recuerdo una cajita de plata labrada para las pastillas medio escondida en una vitrina, entre antiguas tacitas de café, con la que solía fantasear, siempre me preguntaba que habría dentro; estaba segura de que muy probablemente pertenecía a una princesa rusa o era la clave de una vieja maldición familiar, puede que incluso las dos cosas.
Además, en el Cuarto de los Muertos estaba la puerta que sólo veíamos mi hermana y yo, de hecho ella también lo recuerda y se manifestó al respecto en un foro no hace mucho:
"La verdad es que yo también recuerdo un fenómeno paranormal relacionado con la casa que cita mi hermana: la desaparición instantánea de una habitación
Recuerdo perfectamente que en el despacho de aquella gran casa, en la pared de fondo, se hallaba una puerta que conducía a una habitación, y un buen día dejó de estar ahí, tanto la puerta como la habitación, y aún más, no sólo dejó de estar ahí sino que jamás nadie ( esto es, personas adultas ) reconoció la existencia de aquella puerta y de aquella habitación, para ellos nunca había existido. Es decir, si en el despacho de años más adelante, había tan sólo dos puertas ( una que daba a un rellano justo anterior al salón, y otra con unas pequeñas escaleras que bajaban al recibidor ), en el despacho de nuestra infancia siempre hubo tres ( la tercera puerta es la clave ). La cuestión es ¿ por qué desapareció una puerta cuando esta puerta tenía una existencia material para nosotros ( yo y mis hermanos ) en algún lugar del tiempo ? ¿ Por qué los adultos no se percataron nunca de su existencia ?"
Pero después del negro desencanto siempre venía el verde brillante y translúcido del otro jardín, inundado de sol y de la sombra húmeda en la que se enterraban las tortugas que viven cien años, las piedras en las que crecía el musgo y los caminos desvanecidos entre la hierba. Todo el mundo sabe de qué jardín hablo, desde Alcover en su La Relíquia hasta el Ardis palpitante de Nabokov en Ada o el Ardor: es en esa eternidad esmeralda donde guardamos los engañosamente nítidos espejos de la memoria, esos que no nos atrevemos a limpiar.
Quizá sí sabemos qué había tras la puerta.
Aquests putes de dretes ja no saben que han de fer*
Mi madre, al ver en el telediario las sorprendentes declaraciones de Díaz de Mera
En mi caso particular, los desgraciados sucesos de marzo sólo fueron la gota que colmó el vaso: el día de las elecciones estaba abatida frente al televisor, convencida de que ganarían los de siempre, sólo deseando que no saliera otra vez mayoría absoluta, que mi pequeña contribución a desequilibrar algo la balanza diera resultado; confieso que me emocioné cuando vi a la gente salir a la calle, pensaba que no reaccionarían para mí fue lo más parecido a esa soñada repetición de un mayo del 68 realmente efectivo que he visto jamás. Ojalá me hubierais enviado un mensaje, ciudadanos, porque hubiera marchado junto a vosotros sin dudarlo.
Y es que siempre he detestado y detestaré a los ricos, sobre todo a los que se creen con alguna superioridad sobre sus semejantes sólo por la abundancia de sus posesiones, y por extensión, a la ideología que les ha representado tradicionalmente: la derecha en todos sus grados, algunos más soportables que otros. Ha sido un proceso lento pero inexorable, y si antes era de esos que se consideraban apolíticos, ver como esa clase de gente ha tratado a mi familia todos estos años, sólo por ser pobres, y ha limitado intelectual y socio-económicamente a mi comunidad, me ha hecho recapacitar sobre mi postura: no me resigno a esta situación y no paro de pensar que he de hacer algo, ni que sea sólo para incomodarles y perturbar la placidez del mafioso que lo sabe todo bajo su zarpa. Es algo que estoy meditando muy seriamente desde hace meses, y este post es parte de mi contribución a esta causa, no ser de los suyos nunca jamás y demostrarles que cualquier día podemos volver a unirnos y salir a la calle.
Mi madre, que cuando era pequeña me explicó que los comunistas eran una gente muy mala que vendría a nuestra casa y me quitaría los juguetes para dárselos a los niños gitanos, aparte que vendría otra familia a vivir con nosotros porque nuestra única casa es grande, no me explicó que los peores eran gente como sus propios hermanos, quiénes siempre se han avergonzado de nosotros por el imperdonable crimen de no poder permitirnos ni en sueños su tren de vida: no obstante, esta triste circunstancia me ha permitido asomarme a los salones de la riqueza, a chalets de diseño con piscina, a bodas y bautizos de alto copete en las que éramos la mancha, el rebaño de ovejas negras al que un día llegaron a ocultar en una mesa casualmente situada tras una columna en el hotel en el que se celebraba el convite, a fin de que no saliéramos en el vídeo. Una familia que es un puñado de desconocidos por los que no siento otra cosa que una indiferencia brutal, tan intensa que a veces se convierte en odio hacia esa ausencia total de sentimientos, hacia ese despliegue de apariencias que oculta la nada emocional. Mi familia paterna no es mucho mejor, precisamente por asuntos de herencias mal repartidas también son casi desconocidos, si bien un poco menos, y a ellos les reconozco que han luchado por lo suyo, que es algo normal; es una pena que no nos acercáramos en un momento dado.
Y todo por ese dinero que es lo único que parece importarle a la gente de ideología conservadora, el maldito parné que se tiene que conseguir a costa de otros, esa masa que no es como ellos, que no tiene, que no posee, que sólo puede soñar con esa codicia continua que ha vaciado de todo sentido sus pobres vidas. Siempre es demasiado tarde cuando descubren que hay cosas que no pueden comprar, como el respeto o el aprecio de los que todavía son personas antes que una lista de la compra infinita.
He de decir que como amigos, tampoco son gran cosa: puede que si tienes el mismo estatus que ellos funcione, pero si no, puedes verte como me vi yo hace ya unos años cuando me empeñé en hacerme amiga de un puñado de pijas del internado que vinieron a ver si las aprobaban en mi último COU del instituto: creí ser amiga suya durante dos años enteros, sufriendo que intentaran desmontar mi personalidad como fuere, por no responder a su concepto de La Chica Ideal de La Muerte, la que no piensa , no lee, no siente y sólo acumula para el ajuar ahora, cuando se dieron cuenta de que yo llevaba dos mil pesetas en el bolsillo cuando salía y ellas seis mil, empezó la ofensiva, en la peor semana de mi vida, en noviembre de 1997. Nunca olvidaré esa semana, porque en la vida me he encontrado con mayor cobardía que la exhibida por esas seis pijas obtusas e infames, que nunca me dijeron directamente, Vete, no te queremos y no me valen excusas, ni juventud ni leches, que tenían todas sus veintialgo y sabían perfectamente lo que hacían. Nunca les perdonaré como me hicieron sentir esa semana, a desengaño por día, ni aquel paseo de hora y media vagando por una Palma más oscura que nunca, y mucho menos su legado: una desconfianza cronificada hacia casi todas las demás y la renuncia radical a la amistad; durante tres años aproximadamente, pensé en serio que nadie era amigo de nadie, y que todo era una farsa: que si tu perdías todo lo que tenías, te encontrabas solo, que automáticamente el mundo entero se alejaba de ti. Me encerré en casa, pero afortunadamente, la luz acabó por colarse por las rendijas de las persianas, primero tenue, luego esplendorosa hasta iluminar el mundo entero con su resplandor y revelar el engañoso brillo de la mierda bañada en oro que me habían estado vendiendo.
Y una vez más, por no tener el mismo dinero que ellas, si bien casi debería agradecérselo: la gentuza como esa no me interesa más, sólo se fijan en las apariencias, se escudan en las formas. Cualquier acto es lícito si se hace con gusto y educación, incluso tratar de humillar a otros o argumentar sin argumentos, basándose por ejemplo, en que España va bien, aunque a muchos españoles les vaya fatal.
Es por eso que soy tremendamente intolerante y prejuiciosa con el millonario, con el nuevo rico, con su puta madre: la única forma que voy a mantener para vosotros es la afilada sombra de esta pluma inexistente, que contra la caja de caudales de vuestra vacuidad siempre será arma y nunca llave ni bálsamo.
*Estos putas de derechas ya no saben que hacer, y eso lo dice mi madre, que siempre se negó a tomar café en los Campamentos de la Falange a los que tuvo que ir para diplomarse en Magisterio: esas monjas francesas no pudieron con su sentido común, después de todo
Una vez más he de lamentar la inconsistencia de las notas mentales en las que seguro me disponía a escribir algo más interesante, tomadas en el transporte público, en los minutos fugaces que conducen a las puertas del Hotel Overbook, o en los gélidos pasillos del supermercado, tras un encuentro casual con uno de los ojerosos zombies del consumismo que por allí deambulan y que acaba por transformarse en una ex compañera de aquel módulo inacabado que te hace recordar otros estíos que en nada se parecían a este híbrido de invierno solapado y campo de concentración, un verano en Siberia con la Stalinova y sus fieles esbirros.
Como Thom Yorke en el videoclip de su desgarrado Karma Police, una y otra vez se repite esa misma situación: en el coche de otros, en el silencio tapado por músicas que la mayoría de las veces no te agradan, pensando que cuando tengas tu propio coche pondrás canciones con las que tenga sentido conducir, te sientes perdida en medio de una oscura carretera comarcal que no va a ninguna parte, aunque al final llegues a un bar en el que atronadores himnos del momento siguen ocultando la ausencia de comunicación, más que nada. Otra vez te traiciona esa manía de ponerte trascendente en medio del aturdimiento ajeno e ir dejando poco a poco de bailar
Normalmente mis sábados más lúgubres solían consistir en esa clase de inadvertido debate interior mientras sujetaba el martini o bailey´s , pero ahora ya ni eso: mi amiga retropepera del pueblo y yo nos hallamos desorientadas tras dos o tres sábados seguidos llevábamos dos meses sin salir, por circunstancias diversas- en los que hemos notado la inquietante falta de los tardoveinteañeros que nos separaban piadosamente del brutal contraste con adolescentes minifalderas: tanto fue así que uno de veinticinco se atrevió a espetarle a mi pobre compañera de fatigas que si ya debía tener sus niños, así sin anestesia ni nada, algo a lo que ella reaccionó autojustificándose de manera bochornosa, al convertir sus treinta y tres en veintiocho de boquilla entonces no dudé en airear orgullosamente mis veintinueve y le pregunté la edad al insurrecto, un argentino que se desinfló al ver que iba en serio y que lo iba a tirar al canal de los lagos artificiales por cabrón, a ver si era capaz de bucear hasta Buenos Aires, el que es joven, no sin antes atreverse a decir que era raro que no estuviese casada, siendo tan guapa, cuando vió que le respondía con insolencia y modos casi macarriles, que aquí no me casa ni el Anticristo. Luego salió medio corriendo, no fuera que les pudiésemos a él y sus dos amigos, todos salidos de algún futbolín perdido en la Pampa.
Lo malo fue que ella sí se deprimió, puesto que se había pasado media velada diciendo que pensaba que debería retirarse de la marcha, para mi gran sorpresa y se lo tomó fatal: luego decía que si eran feos, que ella estaba muy orgullosa de ser de su edad y el sábado siguiente se empeñaba en permanecer en pubs que han sido tomados por nuevas generaciones, de las que nos separa ya alguna década o incluso una más un lustro, la evidencia se hizo casi palpable cuando en las pantallas apareció nada menos que Rick Astley cantando Never gonna give you up, algo que me remontó a un viaje de estudios de octavo, allá por el Precámbrico y me hizo apercibir de que una de las pocas personas que no estaba en una cuna en los ochenta presentes allí era yo, la momia que no iba uniformada con taconazos de charol, minifalda de volantes y top de floripondios, más que nada porque en mis tiempos ya no me molaba.
Eso sí, como vuelvan Stock, Aitken and Waterman, me retiro a un monasterio.
Hablando en serio, creo que esto ya no hay quién lo aguante y me parece normal que la gente de mi generación ande algo cansada de hacer el tonto por ahí, que apetece más sentarse a charlar de lo que sea con la música de fondo, y no de pantalla, antes de verse invadidos cada vez con más frecuencia por el hastío característico del que ha vivido mil noches sin objeto y ya no es como antes, ya no tiene sentido ni se divierte uno ni nada. El problema más grave de mi entorno es que en él no existen alternativas de ocio en las que se pueda socializar algo sin caer en lo que es la marcha más tópica, en el peor sentido del concepto. Si algunas personas no siguieran pensando que nos lo estamos pasando bien a pesar de todo y que el hablar es para las tardes de días laborables o algo así
Esa es la cifra exacta que separa mi nómina de ayudante de la de otra ayudante más afortunada que yo, por no hablar del peliagudo asunto de las comisiones: ahora resulta que lo que me dieron es una especie de burla, dejando aparte el hecho de que media hora escasa después de darme la miseria correspondiente se presentara ella con un bolso y un vestido nuevos...y hoy me ha echado una bronca por contestarle a una de esas momias protestonas del museo británico sobre sus quejas acerca de una tarjeta telefónica que nosotros sólo vendemos y de la que no creo que tengamos porqué responder...pues la muy cretina un poco más y eleva una queja a la Reina por esa aguda puntualización mía. De nada me ha servido decir una vez más que les hemos consentido demasiado y que así nos tenemos que ver; me ha respondido que gracias a lo mucho que los consentimos tengo trabajo.
Ya. Un trabajo en el que no me piden que me folle a los clientes para pedirles disculpas de milagro; dales cinco años más...hace poco más de una hora, me han tirado el cristal de unas gafas, que por mala puntería del hooligan me ha dado en una pierna. A ver cuánto falta para que intenten agredirnos en serio; no creo que valga la pena quedarse en esta isla de acojonados resignados a comprobarlo mucho más tiempo.
No creo que olvide la mirada de pánico del líder sindical de UGT que he visto este mediodía en las noticias locales hasta que acabe la temporada: es la mirada de todos los mallorquines, que sabemos que el año que viene se acabó todo.
Los hoteleros merecéis ser exterminados, ni siquiera os enterraría , os colgaría de los almendros para que las lechuzas den buena cuenta de vuestros podridos interiores.
Hijos de puta.
*Mientras las grandes cadenas dan a elegir a los trabajadores de hoteles de todo el año entre irse a Canarias o aceptar ser fijos discontinuos, nuestro gobierno se va de putas a la mismísima Plaza Roja. Qué me dejen una avioneta...
Hoy he encontrado en mi mail un acuse de recibo de aquel experimento epistolar sociomediático que tenía ya medio olvidado de puro asumido su fracaso, de El País, nada menos: era de esperar que rechazaran publicarla, debido a su extensión y virulencia, y ya no soy tan ingenua como para no imaginar que ese mail es el mismo para todos, pero no deja de darme esperanzas al respecto. Quizá resumiéndola y siendo más sutil en mis apreciaciones de la actual situación de la industria turística...
Al final creo que deberé claudicar en mis aspiraciones revolucionarias, al menos por unos meses y en pro de que necesito el dinero, aunque ya no sea tan joven. Sin ir más lejos, hace poco he descubierto que la directora puso como condición para serlo, puesto que al parecer, en nómina consta como jefa de recepción, participar de las comisiones de los empleados...colosal.
Desde que he visto que de todas formas no puedo quejarme a nadie, que no hay escapatoria, no sé muy bien qué camino tomar, cómo no sean las de Villadiego, y seguramente, por eso ando escribiendo cartas que no llegarán jamás a nada. No sé si tendría razón mi padre cuando me dijo que no hablara mal de los hoteleros hasta que estuviera fuera del gremio, pero por otro lado, no dejo de pensar que eso es de cobardes, y que sólo va a dejar las cosas como están. Mientras tanto, sigo trabajando tanto que ayer ya llevaba tres o cuatro clientes que me preguntaban "When do you go home? you seem to be always behind that desk"*...
En realidad, me dejo un tema en el tintero, no por descuido sino voluntariamente, ya que deseo ver su evolución antes de pronunciarme o no sobre ello. Espero que no sea preciso.
*¿Cuándo se va usted a casa? parece estar siempre detrás de ese mostrador.